Otra vez, a explicar el periodismo

Vender su trabajo más y mejor. Defenderlo. Ser más explícito, explicar cuantas veces sea necesario por qué y cómo hace lo que hace. Volver a hablar de sí mismo como una reacción necesaria frente a un cambio que afectó su vínculo con el público. Hoy el periodismo en Uruguay está salvando con nota su examen, pero creo que su mayor desafío está en la forma en que la sociedad lo percibe.

¿Cuándo y cómo se entrecomilla? ¿Tiene el mismo interés periodístico una noticia de mi barrio que una de un barrio de Katmandú? ¿Vale igual la mordedura del perro al hombre que la del hombre al perro? ¿Por qué habría que pagar por leer trabajos periodísticos? ¿Por qué una noticia tiene mayor destaque que otra?

Parecía que estas y muchas otras preguntas estaban contestadas tras décadas en las cuales el periodismo y la audiencia alcanzaron un pacto no escrito. Sin embargo, la era digital produjo un acercamiento masivo y abrupto del público hacia la propia cocina de los medios periodísticos -y hacia sus cocineros- de una forma directa y que los expone. Eso es maravilloso porque genera un enorme potencial de crecimiento para el periodismo en virtud de la inclusión de nuevos públicos. En contraparte, el desafío que le plantea es que debe volver a explicar cuál es su lugar y por qué trabaja así. ¿Por qué?

El pacto ya quedó atrás. No todos saben las respuestas a las preguntas y, a diferencia de antes, ahora el tiempo de distancia entre el primer impacto que genera una noticia y la reflexión o el aprendizaje se esfumó. Ahora la primerísima impresión se convierte en una catarsis disparada en redes sociales. Cada comentario servirá como validador del siguiente, y juntos crearán una masa incontenible que se retroalimenta y cobra fuerza como un huracán. A su paso, lesiona a periodistas y medios. Cuando alguno de los integrantes del huracán advierte que todo se debió a un error, o cuando los propios periodistas lo explican, ya es tarde.

Más allá del mal que produce cada uno de estos huracanes, hay un efecto muy dañino en el largo plazo: por no comprender cómo es el trabajo de los periodistas ni la función de los medios, es más difícil que los públicos entiendan la importancia capital que tiene el periodismo como contrapoder y como escudo protector de la propia sociedad. Las cosas empujan hacia el alejamiento.

Por eso es fundamental que el periodismo vuelva a las bases. Que no dé nada por obvio ni sobreentendido, que sea muy explícito, que haga escuela, que vuelva a explicar por qué y para qué existe toda vez que pueda hacerlo. Que enseñe de manera didáctica cómo trabaja y cuáles son las dificultades obvias e inevitables que enfrenta. Y que explique que su compromiso con el público no implica en absoluto dejar a todos contentos sino, por el contrario, provocarlos a pensar y echar luz donde hay oscuridad por más que duela ver lo que se alumbra.

Si lo hace, la sociedad entenderá y revalorizará cada vez más su papel y su compromiso, razonará que si los medios no recaudan no pueden pagar sueldos ni condiciones de trabajo para sus periodistas, que la única manera de que el periodismo sea bueno es que sea riguroso, profesional, libre y diverso en voces, opiniones y miradas. Y aprenderá que tantas horas de redacción, de esperas bajo lluvia y frío, de discusiones, dilemas, café y estrés, de errores y aciertos, y de tanta pasión, no tuvieron otro objetivo que cumplir lo mejor posible su trabajo.