La peor crisis es no estar preparado

Mucho más duro que afrontar alguna que otra crisis a lo largo del tiempo, es no asumirlo como parte natural y casi inevitable de la vida. Cuando hablamos de crisis lo sentimos como algo desagradable, incómodo, exasperante. Y lo es. Pero también es un dato de la realidad: en algún momento tendremos crisis por el sencillo motivo de que no podemos controlarlo todo. Al menos -y esto es seguro- no podremos controlar las variables externas. Entonces: ¿por qué no lo asumimos y nos preparamos para que, en el momento indescifrable en que la crisis asome, nos encuentre bien preparados?

La forma de contestar esta pregunta determina el modo en que cada persona y organización afronta una crisis. O se aspira a un mundo sin crisis y al famoso “a mí no me va a pasar” -que sabemos que no es realista- o se asume que es algo muy probable y, entonces, se anticipa para eliminar sus daños o reducirlos al mínimo posible.

Las ciudades no pueden saber cuándo ocurrirán inundaciones, fuertes temporales o terremotos pero saben que, en algún momento, sucederán. Hay una variable que se puede dominar: la anticipación, mediante planes de contingencia y un libreto claro sobre roles y responsabilidades que permita actuar de manera inmediata, ordenada y eficiente. Bajo presión y con el tiempo jugando en contra no se puede pensar por primera vez en cómo responder.

Por eso, la peor crisis de una organización es silenciosa e imperceptible en tiempos de normalidad. La peor crisis es no estar preparado.