Más allá de su enorme cara negativa, la pandemia nos trae una buena noticia: aprender que no es obligatorio utilizar siempre la misma herramienta.
¿Es mejor reunirse en persona que por intermedio de zoom, Skype, hangouts, teams, meets, WhatsApp u otra aplicación? Podríamos coincidir en que sí -yo prefiero el cara a cara- pero ahora le sumamos una variable: ¿Es mejor recorrer 100 o más kilómetros para reunirse en persona, en lugar de hacerlo por alguna aplicación de teletrabajo? La respuesta ya es más difícil, ¿verdad? Depende de la importancia de la reunión, de si los interlocutores son conocidos o no, e incluso de la duración que proyectamos que tendrá.
Así podríamos sumar variables, una tras otra, como el tráfico automovilístico, la ocurrencia de tormentas con vientos fuertes, la existencia de un resfrío o gripe, la posibilidad de agendar otra reunión inmediatamente antes o después, etcétera.
Está claro que no todos actuaban de la misma forma, pero es evidente que hasta antes de la pandemia de Covid19 la reunión presencial era casi la única opción posible más allá de que, desde hace muchos años, disponemos de buenas herramientas de teletrabajo.
Lo presencial era como un reflejo, una opción única e incuestionable. La pandemia nos obligó a plantearnos la mejor pregunta posible: ¿Y por qué? ¿Por qué la reunión es presencial? ¿Por qué es a distancia? ¿Por qué tenemos que hacer todo siempre igual en vez de aplicar un modelo híbrido? ¿Qué incentivos tengo para trasladarme físicamente?
Cada modo, el presencial y el teletrabajo, tiene sus fortalezas y sus flancos.
Una situación bastante extrema como una cuarentena nos deja -entre tanta mala noticia- algo positivo: olvidar las rigideces, los modelos únicos, los reflejos y las inercias; pasar a utilizar cada herramienta según la circunstancia específica, para que las cosas funcionen de la mejor manera posible. Y para eso hay que conversar con nuestros interlocutores, comunicarnos y pensar juntos, sin mejor instrumento en mano que el sentido común.